«Bellas de sangre contraria» o el espejo femenino

Por Reyna Hernández Haro

Bellas de sangre contraria llega a tiempo para compartir el café de media tarde un día caluroso. La charla inicia con la taza sobre la mesa. Aquí, estas voces develan sus secretos más íntimos. Somos cómplices del murmullo femenino, de los misterios del género a través del tiempo, de la muerte y la dicha amante. Lilian Elphick, con delicada pluma, bosqueja los 46 retratos que toman vida en la actualidad citadina donde las coloca. A medida que la lectura envuelve en su discurso, la palabra escurre los sentimientos de cada historia. Leerlas, es leernos a nosotras como acto reflejo y seducir en el aire al ojo masculino.

El libro se convierte en homenaje a la mujer. Imagen construida a través de la fragmentariedad de cada microcuento poético –como sólo la autora puede combinar ambos lenguajes–. Páginas mínimas donde existen mundos enormes. En ellas se conjuga la ideología judeo-cristiana con la mitología helénica, de ello resulta esta mujer madre, guerrera, amante, amada, traidora, paciente, enfermera, salvadora, la dueña y la servidora. Cada escrito independiente uno de otro, aún así tan complementarios.

Elphick sugiere la lectura de los clásicos con esta obra. Las mujeres habitantes de sus páginas provienen de los mitos helénicos, ahora transgredidos, pues se muestran como deidades femeninas aquellas en esencia masculinas. El intercambio de roles sólo verificable en la lectura aleatoria, como un eco de otras tantas en la privacidad. Los mitos transitan entre lo registrado por la literatura clásica y la posibilidad del mundo alterno que presenta la autora. La ficción expone a las mujeres de forma tan real como sujetos-testigo de una época moderna, tecnológica, globalizada.

Estas experiencias femeninas evocan a “Lisistrata” de Aristófanes. Aquella reunión donde las esposas de los guerreros acordaban privar a sus maridos de satisfacción sexual para terminar con la guerra. En el libro, no existe una voz imperante como Lisistrata ni un motivo bélico, sin embargo, cada una de las voces toma la dirección en un diálogo atropellado de la condición femenina en la actualidad. Se leen, como ejemplo, los lamentos de Pandora, la rivalidad de Medusa con Afrodita o la desesperación de Penélope. La realidad es una, aquí y ahora. Habitantes de mundos alternos que es imposible sentirnos excluidos de ellos.

El acto de lectura implica cierta identificación con lo leído, y con ello, se hace propio el texto. Soy yo la que encuentra en palabras de Otra mis pensamientos. Todo contacto con el libro es motivar aquello que en lo profundo somos. Pandora encarna la tristeza oscura; es el mundo, la pólvora de la devastación. Corina (poema de amor y esperanza) posee el tiempo, el deseo infinito. Aracné, la devoradora de hombres, concibe la inteligencia en la máscara de ingenua. Entonces soy yo la que se cree devoradora, amante, melancólica… ingenua. Personajes que me buscan a mí en ejercicio pirandélico. “No soy yo la hechicera de palabras que las formó”, respondo.

El reconocimiento del yo a través de ese otro, la femineidad en la masculinidad. Hilo resistente que circunda al texto. Son ellas, las bellas que viven en la contrariedad de sus sentimientos, del tiempo y del espacio. Sublimación del deseo a través de la escritura, histerias femeninas y frustraciones. Pulsiones psicoanalíticas que dan ritmo cardiaco a este librito. Diálogo intenso entre ellas mismas, entre ellas y yo, increpantes. Esta asamblea del Olimpo Femenino va estableciendo acuerdos. La tarde da paso a la noche y el diálogo continúa. Un café más a mi mesa, es hora del silencio.

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Reyna Hernández Haro (Guadalajara, México) Profesora en la Universidad de Guadalajara y la Universidad del Valle de México-Guadalajara Sur. Magíster en Literatura con mención en Teoría Literaria por la Universidad de Chile. Su trabajo se ha difundido en revistas literarias independientes y sitios electrónicos. Coautora en el libro Develaciones eróticas en cuentos mexicanos (2009). Editora del boletín informativo electrónido Mexicano Austral (2006-2007) y de la revista AVANCES editada por la Maestría en Gestión y Desarrollo Cultural de la Universidad de Guadalajara (2010).

Cleopatra

Soy Cleopatra Filopator Nea Thea, la amada de mi padre, la exiliada de mí misma, última reina de una dinastía hecha cenizas.

Descuidé mis propias aguas, amé a César y a Marco, envenené a mi hermano y marido.

He sido encarnada por Theda Bara, Claudette Colbert, Vivien Leigh, Sofía Loren, Elizabeth Taylor, bufonas de un palacio desconocido.

Artemisia Gentileschi, Guido Reni, Arthur Reginald, Guido Cagnacci, me han retratado con la serpiente mordiéndome el pecho. ¡Qué viperinos!

He oído una música llamada twist en donde una voz habla de mí. El tono no es elegíaco.

Me hundo en el légamo de la vergüenza, mientras siento las palas allá arriba.

Me encontrarán con la boca llena de arena y envuelta en jirones de lino.

Que Udyat me proteja y no me deje abrir los ojos.

Europa

La historia tergiversa los hechos. Fui yo la que rapté a Zeus, de lo contrario nunca hubiera sido continente. Él estaba en la playa haciendo castillos de aire y no necesité convertirme en vaca para que cayera rendido a mis pezuñas, bufando de amor y listo para la lidia. Quedé exhausta, pero me recuperé con una sabrosa sopa de criadillas, y volví a pastar como si nada.

Lamia Lamur

Soy Lamia Lamur y busco comillas angulares para citar mi propia historia, que es sinuosa y sibilina. Busco, además, amante de cuerpo entero, ojalá bien hombrecito, que me haga cariño en las escamas y en esa piel que luego se desprende de mi nombre, lamida por el vicio reiterado de “ha pasado un caballero, -¡quién sabe por qué pasó!-”.

Soy saliva amistosa. Construyo puentes que las arañas envidian. Desbrozo abismos. De boca en boca, de beso en beso; dientes cariados en donde anido para exhalar mis enseñanzas.

Esto no es una canción, por si ya están oyendo campanadas en sus órganos sexuales. Es mi llamado a escribir desde el silencio.

No todo es tan trágico mientras se mastican niños envueltos.

Helena

A Damaris Calderón

Golpeé mi pecho tres veces y no hubo respuesta.

Arañé mi cara y me lancé al abismo de la derrota.

Escribí para remediar el silencio y no obtuve el perdón.

Me  pregunté qué es primero, ¿el amor o el odio?, y estalló una guerra.

Entonces, ¿qué maravillas me deparan las patas de los caballos?

Alejada de mi esencia, mastico lentamente mi hermosura.

Perséfone

Dada la oscuridad, tengo la lengua negra de tanta escritura; a veces me reflejo y soy la lupa en el lupanar. Perséfone, Perséfone, me llaman desde arriba, y yo lanzo granadas para que se callen de una vez por todas.  Me he acostumbrado a este ambiente underground. Hades nunca está y puedo escribir en este cuarto propio la añoranza de la luz.

Hipatia

A Virginia Vidal

Los ciegos me arrancan los ojos, los ignorantes me extirpan el conocimiento, las madres muerden mi útero. Todos saborean la ecuación del odio, que es simple como un espejo.

En el nombre de Cristo.

Y en mi nombre quedan las estrellas, el agua gota a gota, el amor a la palabra.

Megera I

Aquí estoy, en el sitio que he elegido. No voy a llamar casa a un agujero que sólo tiene por luz mi furia encadenada. Nadie me visita, salvo mis hermanas Alecto y Tisífone, Erinias de sangre caliente que intentan convencerme con horrores de utilería. Que persiga, que castigue, que condene a los infieles, a aquellos que han amado más allá de sí mismos y que huelen en sus manos el perfume embriagador de la derrota.

A fuerzas de costumbre, el abismo de mi tristeza: escribí mil cartas de amor que no fueron leídas.

Esperé. Esperé. Caí a la tierra. Las piedras me consolaron, el rosario de huesos, la arena silenciosa.

Debería bastarme.

Julia Caesaris

Julia Caesaris nace en el año 49 A.C., nueve meses después que Gaius Julius Caesar cruzara el río Rubicone con sus tropas. Su madre la lleva a Ariminum, a orillas del mar Adriático. Allí la niña crece, aprende a hacer pan, se casa, tiene hijos y nietos.

En algún momento de su infancia, pregunta por su padre. La madre le cuenta que él era un pobre arriero que cruzó el río con sus ovejas. Los animales se ahogan, y ella lleva al hombre a casa y lo cuida. Una noche, el ex arriero le confiesa su amor incondicional. Al poco tiempo, éste fallece.

El parto fue muy difícil; Julia nació con los ojos abiertos. Y no lloró.

Tuvo una hermanastra del mismo nombre y un padre que fue asesinado el año 44 A.C. Se cree que sus últimas palabras tienen que ver con la suerte o el destino.

«Bellas de sangre contraria»

Bellas de sangre contraria tiene como tema principal a la mujer en la historia mítica. Cada narración aborda intertextualmente personajes femeninos, en su mayoría, griegos. Se dan cita impuntual Penélope, Circe, Ariadna, Dánae, Medusa -tejedoras de la palabra en la periferia de sus pieles. Manejándose con un lenguaje conciso y cortante, esta relectura, devenida  aguda escritura, tiene un tono irónico y apunta a la subversión del estereotipo. También existen figuras trasvestidas, como Sísifa, Asteriona, y otras -siempre de contraria sangre- que indagan su esencia de cuestionamiento con el furor de sus miradas.

Siguiendo el trazo lorquiano, bajo la mano incisiva de Lilian Elphick, las bellas son mujeres-navajas, deseosas de tener un nuevo y mejor filo.

Damaris Calderón

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Bellas de sangre contraria, de Lilian Elphick (Microrrelatos). Mosquito Comunicaciones, Santiago de Chile, 2009.

Sansona

Foto: Robert Mapplethorpe

Él me agarró por la espalda, las manos tensas en mi pecho. Me gustó, no puedo negarlo. Sabía que mi codo guardaba toda la fuerza del mundo. Y así fue. Un golpe certero. Luego, el puño izquierdo voló hacia su ceja. Mis nudillos amaron esa valiente sangre. Tambaleó un poco, uppercut, mentón triturado. Tenía la navaja lista. La hubiera hundido en su yugular, pero preferí cortar mi larga trenza y lanzársela al hombrón que se revolcaba en el suelo.

Marimacho -gritó, con baba entre los dientes, cogiendo la trenza y devorándola.

En aquellos días de lluvia, me lavaba el pelo con cicuta, para no andar aleonada.

Erato

Foto: Igor Amelkovich

Me han encerrado en este museo junto con las otras. A ellas les gusta que las celebren, les rindan culto y degüellen animales en su honor. A mí, no. Detesto ser musa de poesías incendiarias y andar con la cítara a cuestas, inspirando a cuanto imbécil me llame desde el otro lado del camino. Y las tórtolas que revolotean a mis pies… ¿serán más ricas asadas, o a la olla, con laurel y vino blanco?

Un momento. Una chica me hace señas. Se llama Lisa. Bello nombre, damita, ¿quién te puso ahí? Mírate con esa sonrisa extraña; apuesto a que estás incómoda con tanto sfumato. Un, dos, tres. ¿Ves? Era fácil. Vámonos, que este sitio no es para nosotras. Podemos probar el gineceo lúcido o Youtube.

María Antonieta

Norma Shearer en la película "María Antonieta" (1938).

Ya no tendrán que comer pasteles, mis famélicos; aquí tienen mi cabeza. Pueden guardar la sucia peluca, si les parece, teñida de mi sangre azul. Mis ojos serán más sabrosos con una pizca de sal. El derecho tiene cataratas; el izquierdo, una pupila vengativa. Mi boca, que tantos manjares probó, seguirá gritando por mucho tiempo; no se asusten si vomita alguna lágrima de cristal o un diamante huérfano. La lengua la llevarán a la olla durante tres horas, hasta que esté blanda. Con nuez de Luis será exquisita. Les aconsejo mis trompas de Eustaquio. Verán que están recubiertas de un grueso cerumen; por este motivo no los oía. Cuando hayan vaciado los humores, ríanse. Finalmente, recomiendo el  fromage de ma tête à l’ancienne.

Bon appétit!

Yocasta

Yocasta, de Joel Peter Witkin.

No dramaticemos, Edipo. Lo que pasó, pasó. En el mundo de la sangre, siempre hay puertas de escape. Fui tuya. Sí. Besaste el óxido de mis palabras y gozaste con ellas, en silencio, cuando aún tenías ojos para comprender que mi cuerpo te necesitaba, y se enroscaba en ti con el placer que sólo da la ignorancia.

Yo era una soga al cuello, bien firme; un amor anudado. Y tú, una historia ciega y solitaria que mis lágrimas recogieron para devorarla.

Soy tuya. Aún. Mis huesos te reclaman; la unión posible en esta cárcel de tierra.

Lorelei

Lorelei, de Colette Calascione

Los navegantes mienten al decir que los seduzco con cantos de sirena. Son ellos los que me embriagan con su muerte de agua dulce. La metamorfosis es rápida: mi cola de brillosas escamas deja paso a un par de miembros pálidos que no sé usar. Trato de incorporarme y caigo, rompiéndome la piel inútil, mientras el barco se aleja arrastrando el anzuelo incrustado en mi boca.